Un hombre tenía un inmenso jardín con las flores más bellas, fragantes y coloridas que había en la región. Año tras año participaba y ganaba el concurso que premiaba las flores de más alta calidad. Por su espíritu y dedicación, este hombre era el ejemplo para todos en la región.
Luego del último concurso, fue entrevistado por un joven periodista quien, curioso, quería conocer el secreto del éxito de este jardinero, quien contesto: “La calidad de mi jardín se la debo a que en cada cosecha, reservo las mejores semillas y las comparto con mis vecinos para que también las siembren.”
Asombrado el periodista replico: – ¿Cómo dice? ¡Eso es una locura! –Exclamo alzando la voz – ¡¿Para qué compartir la mejor semilla con las vecinos?! ¿Acaso no teme usted que ellos ganen el concurso, o se hagan más famosos que usted, le quiten el prestigio que ha ganado a lo largo de tantos años y vendan sus flores a sus propios clientes?
El jardinero asumió una actitud de padre hablándole a su hijo dijo: joven permítame explicarle, el viento lleva el polen de las flores de un jardín para otro. Si mis vecinos siembran una semilla de menor calidad, la polinización cruzada dañaría lentamente la calidad de mi jardín. Si mi propósito es cultivar las mejores y más bellas flores, debo ayudar a que mis vecinos también lo hagan, de esta forma todos nos beneficiamos y nuestros jardines subirán de calidad en cada temporada.
Pensativo y sin poder entenderlo aun, el periodista reflexiono en su intimidad, meditaba a cerca de la lección recibida, pues esta había penetrado hasta lo más profundo de su corazón. Se preguntaba incansablemente como podía contribuir a esparcir la semilla del amor que había sido sembrada en su corazón.
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