El sabor del liderazgo proviene, en un 90% de lo que llevamos en nuestro interior, de lo que somos. Tan solo un 10 % o menos es producto de la presentación exterior.
Ese 90% está conformado por nuestro carácter, el cual se forma con el tiempo, a fuego lento y no en un micro hondas, a toda velocidad. En ese proceso de cocción, se involucran 4 ingredientes:
- La integridad, también conocida como auto diciplina, y que se define como la habilidad de hacer lo correcto, aunque no quieras y nadie te esté mirando.
- Estructura de valores inquebrantables, sobre los cuales tomas decisiones y te permiten asumir una postura moral transparente.
- El auto valor personal, el cual se fundamenta en un sentido de identidad realista, basado en los dones, talentos y personalidad.
- Inteligencia emocional para ser estable, constante e impactar e influir a los demás.
Estos cuatro ingredientes, sumado a un buen horno de cocción, hacen el liderazgo tenga el mejor sabor. Un sabor a solidez, coherencia y sobre todo humanidad e integridad.
Muchos logran juntar los ingredientes, sin embargo, al momento de cocinar se les quema el pastel, pues le dan mucho tiempo y se endurece la masa exterior, o son elevados a tal velocidad que la masa luce bien peor por dentro esta cruda.
Es posible que tus habilidades te lleven a asumir posiciones de liderazgo, sin embargo, solo será tu carácter el que te sostenga y proyecte. Cuando lideras cimentado en el carácter y no en el carisma o con la intención de agradar a los demás, el liderazgo que despliegas se hace más sólido, predecible e imitable.
Lamentablemente, el liderazgo como el pastel de manzanas, solo cuando lo sirvas a la mesa y sea probado, sabrás si ha quedado bien elaborado o no. La fortaleza de tu liderazgo está en el carácter, en tu interior y que nadie puede ver a simple vista, sin embargo, bien utilizado puede influenciar a mucho alrededor.