En el camino de la vida suelen presentarse instantes de éxito, así como historias de fracasos. Es más, diría que es difícil imaginar el fracaso sin el éxito y viceversa, ¿qué sería del fracaso sin el éxito?
Como personas vulnerables que somos, tenemos dos lenguajes en los que podemos contar las historias de fracaso: 1. Nos dormimos en la miel dulce del fracaso, en la cual se puede asumir una posición de víctima y queja permanente o 2. Nos repensamos para aprender y proyectar las acciones de vida para lo que sigue de hoy en adelante.
Por las experiencias vividas, hace unos buenos años decidí asumir la segunda postura como una agenda de vida, sin embargo, para sacarle más provecho, le sume un ingrediente extra: ver la vida con los ojos de un niño.
¿Qué tiene de especial este ingrediente?
Los niños por naturaleza mantienen una mirada optimista, que les permite ser como esponjas, viven en permanente actitud de aprender, investigar y curiosear su mundo. Desean saberlo todo, conocerlo todo, probarlo todo e incluso perdonarlo todo.
Además, ¡es muy útil en tiempo de pandemia! Ya que ayuda al despertar de habilidades dormidas y el desarrollo de otras ocultas que, una vez superado este momento, seguramente servirán para interactuar con los demás.
En definitiva, ver la vida como un niño, me ha permitido aprender algunas competencias, útiles a la hora de intervenir en un mundo laboral altamente competitivo, tales como:
1. La habilidad de resolver problemas complejos: Ninguna situación es tan compleja como se ve, ni tan difícil de solucionar como creemos, basta con mirarla desde muchas perspectivas y estar abiertos a proponer y escuchar potenciales soluciones, aunque parezcan inverosímiles. ¿Hay algo más complejo que aprender a caminar?
2. Despierta una actitud innovadora: Pues nos ha llevado a buscar nuevas oportunidades, nuevos usos, y plantear posibilidades, que hasta parecen inexistentes. Estamos aprendiendo a pensar en términos de soluciones y no enfocados en los problemas.
3. Los niños, a pesar de sus pataletas, no guardan rencor, perdonan rápido y sonríen. Actitudes que garantizan el relacionamiento adecuado con los otros y que en la adultez son estratégicas para el manejo emocional y que en muchos casos, son la diferencia entre el éxito y el fracaso.
4. Como los niños, estamos aprendiendo a ver el lado positivo: Los niños no saben que es el fracaso, se caen y se levantan una y otra vez. En cambio, de adultos, parecería que perdemos ese vigor, y nos rendirnos ante cualquier dificultad. Particularmente esta competencia debe permitirnos aceptarnos con compasión y entender que fallar es parte de crecer, así como lo es levantarse.
5. Por último, en esta cuarentena estamos sembrando y cosechando el don de liderazgo personal: Liderar se aprende liderando, y estos tiempos han sido muy propicios para desplegar un liderazgo integral, que impacta la familia, la empresa y la sociedad. Digo que estamos sembrando pues en casa seguramente nuestros hijos y familiares han visto el estilo con el cual lideramos y en las empresas, estamos cosechando lo que sembramos en los demás.
Como conclusión, el ingrediente “ver la vida con los ojos de un niño” me ha permitido aprender y practicar estas y otras habilidades personales, ha despertado algunos rasgos de la personalidad que había dejado en la infancia y me ha confirmado la importancia de vivir una vida cimentada en las más profundas creencias que, estoy seguro, me ayudaran a aumentar la productividad familiar, empresarial y social.
¿Qué te puede enseñar ver la vida con los ojos de un niño?